Disgregatio 34: "VAPORES "




Cada chaparrón la salpicaba de olor a tierra mojada y su memoria se diluía entre los vahos del aroma que moraba  en  cada una de sus células.


Y a veces sentía aquel viejo escozor en el brazo. Era una especie de ardor similar al de una quemadura. No tenía razón física alguna, las cicatrices habían curado hacía años, años ya convertidos en siglos, aunque estaban ahí, grabadas en su  piel, pequeñitas y blanquecinas.    
Y a veces, al mirarlas, recordaba con un escalofrío aquel dolor olvidado que se clavaba en la espina dorsal.


En ocasiones nubes con sabor a sal la envolvían, trayendo a su mente el eco de  olas y graznidos perdidos en el horizonte. Risas infantiles revoloteando entre helechos.



Comentarios

  1. Gracias, siempre tan atento.

    Un abrazo igual de fuerte.

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  2. El abismo más insalvable es el que se abre en la más estrecha línea. Lo que está lejano puede alcanzarse, pero lo inalcanzable está siempre a un paso.
    El abismo separa no por su anchura, sino por su profundidad. Aparentemente, el otro lado está a la mano, a un pequeño salto.
    Esa es la ambigüedad del abismo. Parte de su fuerza procede de su engañosa estrechez, de la cercanía con que nos ofrece la otra orilla. Podemos verla, imaginarnos en ella, casi tocarla. Un casi que es un infinito. Ésa es su añagaza, pues lo que cuesta, pero vemos cerca, lo dejamos sin realizar, porque pensamos que siempre, en cualquier momento podremos realizarlo.
    Platón hablaba de un abismo entre el mundo sensible y el inteligible. ¿ Por qué ?, ¿ no indica su imagen de la línea precisamente la continuidad entre ambos ? Ambas cosas no se excluyen, el abismo mantiene la continuidad porque su separación no es longitudinal, sino profunda. Saltar esa fosa supone un esfuerzo especial, y transfigura a la persona.
    Un modo del abismo es la distancia entre pensamiento y acción. El pensamiento, la imaginación, la fantasía, es algo que permite el abismo, a lo que incita el abismo. Pensamos, imaginamos, fantaseamos como si estuvieramos ya en el otro lado. Marginamos en nuestra mente la acción, la damos incluso por supuesta. Y, si nos decidimos a ejecutarla alguna vez, nos damos cuenta entonces de una extraña e invencible resistencia, con la que no habíamos contado. Hay miedo, o hay pereza, y nos traban los pies.
    Me pregunto por qué no saltamos los abismos. Si hay alguna imposibilidad dictada por nuestro destino individual ( entonces " insalvable " o " invencible resistencia " no son exageraciones ) o si se trata, como parace a primera vista, de una elección costosa ( entonces sí lo son ).
    Y también me pregunto por los abismos no saltados nunca. Son las vidas que pudimos vivir y no vivimos, y destilan un dolor especial las noches de insomnio. Cuando alcanzamos lo que amamos con toda el alma ya no seguimos buscando. Creo que, de algún modo, esos abismos son un adelanto de la muerte.


    Un abrazo.

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