Disgregatio 24: "MEA CULPA"


Amanece azul de nieve. Las chimeneas escupen olor a invierno.

Camina lento, apoyando el peso de la vida en los ruedines de su carrito lleno de soledades, como un caracol con la concha bajo la panza.

Hace siglos  dejó de recordar quién había sido, apenas sabe quién es.  Atrás quedaron los sueños, el deseo, la esperanza... Del mismo modo se desvanecieron ilusiones y traiciones.
No prueba el alcohol ni es adicto a las drogas que se empeñan en recetarte de viejo, sin embargo su mirada está extrañamente perdida, teñida de hielo.

Desde que sale el sol hasta que oscurece callejea rebuscando entre la basura, arrastrando su carga, llenando su vacío con los recuerdos que otros desecharon. Tesoros despojados de su razón.

Inexorablemente, con el atardecer, enfila sus pasos siempre en la misma dirección. Llega hasta la cancela del campo santo y se queda, ahí, casi tieso, clavado en la  oscuridad del firmamento. No importa que diluvie, o que agosto arda, o que vuele el cierzo...
Cada noche agoniza ante esa verja. Cada noche  idéntico ritual.

Existen segundos eternos, segundos que se te clavan en el alma, segundos infinitos tras los cuales el tiempo pierde su valor .

La bombilla de la farola zumba amarilleando la acera donde estelas plateadas de baba helada dibujan un mapa sin principio ni fin. Y el hombre, casi erguido, casi encorvado, casi leal, permanece ajeno a las dentelladas del frío.

Lo único que no ha podido olvidar es aquel momento cuando la rabia ardió bajo su piel, ahí, cerquita de su alma. Sólo fue un instante. Un instante eterno. Un instante suspendido en la nada...

Cada noche susurra ante el enrejado, cada noche purga su pena, cada noche deja su ofrenda y se va, inclinado sobre su carro.

Tras sí, huellas cansadas dibujando un rastro de lágrimas secas donde revolotean espectros de lo que fue , de lo que nunca pudo ser, y una rosa roja, de esas que parecen “como de terciopelo”, abandonada ante la puerta de un cementerio.

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